Que Allah nos pille confesados
El verano está siendo caliente, muy caliente. Ello se debe a las altas temperaturas que estamos alcanzando y por los incendios que han desolado el país. Seguro que de ambas calenturas tenemos la culpa los que aquí estamos, fundamentalmente por no cuidar nuestro medio ambiente. Andamos destrozando y quemando todo, sin calcular ni pensar en el tiempo que se tarda en recuperar lo conseguido. En realidad somos unos terroristas del medio en el cual vivimos. Destrozamos nuestro propio hábitat y no hace falta que vengan nuestros enemigos a hacerlo.
Los Juegos Olímpicos han terminado y alguien diría que ya era hora. Eso sí, nuestro medallero no ha estado a la altura. En mi ambiente alguien ha comentado que nuestros campeones no han estado bien, se les ha notado muy tristes, sin alegrías en el cuerpo, e incluso, cuando obtenían alguna medalla, parecía que no se lo creían ni ellos mismos. Esto sí que es una pena, una pena tan grande o más que cuando Rajoy se despidió de nosotros deseando felices vacaciones a aquellos que “las podían coger”. Él se ha ido, pero el resto hemos permanecido en nuestros hogares castigados sin salir. De todos modos, un conocido que ha tenido la suerte de pasar unos días en Benidorm, comentó que el pueblo veraniego más grande de Levante (la playa de Madrid), estaba sin gente, sin las acostumbradas aglomeraciones de siempre. Otra pena y muy grande.
Pobrecito Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, que le ha tocado sustituir al Gobierno y a la plana mayor de su partido en estos días estivales en los cuales no ha cesado, claro está, la actividad política ni informativa. El pobre ha tenido en unas semanas más deslices que en toda su vida política. Bueno, son malos tiempos incluso para la lírica. Al parecer Rajoy ha cedido a la ayuda de los 400 euros. Él sigue callado, no habla, no comenta y no dice nada. Miedo me da este final de agosto y el próximo mes de septiembre,… Que Allah nos pille confesados.
Por otro lado, Occidente (o sea Merkel y EE.UU.) siguen insistiendo en que Al Assad, el terrorista de Siria, está acabado, que está entrando en fase final. Se insiste en que esta fase ha comenzado, que sus apoyos políticos se tambalean, que de su régimen han desertado unas tres mil personas de alta alcurnia y cargo, incluido el Primer Ministro. Pero la información que nos llega no confirma esta derrota, sino lo contrario y habla de la derrota de la oposición. Cerca y al acecho se encuentra el nuevo líder islamista de Siria, radical y salafista. Pero el terrorista sigue al acecho a pesar del boicot de sus homólogos árabes y de la ONU. Otra pena.
De todas las maneras, no hay mal que por bien no venga. La alegría la ha traído Egipto donde los militares han pasado a segundo término. El presidente Mursi ha lanzado un órdago y jubiló a su principal rival en el poder, el mariscal Mohamed Hussein Tantaui. Ha cancelado las enmiendas constitucionales que conservaban los militares, incluso después de la caída de Hosni Mubarak. Ya era hora y personalmente era un deseo y una duda que me ha atormentado durante todos estos meses y, por fin, una alegría.
En Túnez los islamistas se escandalizan por el atuendo que llevaba su atleta Habiba Ghribi, ganadora de la medalla de plata en la final de los 3.000 metros obstáculos de los Juegos Olímpicos de Londres, por cruzar la meta en segundo lugar y en medio de la lluvia con el ombligo y los brazos al aire. Pobres, no se habían fijado en su cara de esfuerzo y de satisfacción, ella que conseguía una medalla que dedicó al pueblo tunecino, a la mujer tunecina y al nuevo Túnez. Cosas que pasan y la mujer árabe sigue luchando por su libertad y su igualdad.
Y donde no entienden de esto es en Arabia Saudí, que está construyendo el primero de cinco proyectos considerados un novísimo modelo de ciudad, única en el mundo, para alojar a unas cinco mil mujeres trabajadoras. Una “cárcel” solo para las féminas, lejos del pecado, de los vicios, vilezas y flaquezas humanas. Adiós a las lujurias y al depravado macho árabe, pensarían los creadores de la idea. Es inconcebible que en el siglo XXI se piense que separando hombres y mujeres unos y otros puedan vivir, trabajar, rendir mejor y ser más felices.