Nuestra clase política, más preocupada por situarse bien que por hacer bien su trabajo, está preocupando a todos. En estos últimos días dos mujeres del PP están siendo noticia. Rita Barberá a quien los suyos piden que renuncie a su acta de senadora, prefiere mantenerse escondida bajo su aforamiento y Esperanza Aguirre que anunció una retirada en un momento nada afortunado.
Ciertamente ninguna de estas dos mujeres ha sido ni serán santas de mi devoción; y no lo son ni lo han sido para mucha gente que conozco. La primera, después de 24 años como alcaldesa de Valencia, consigue que 17 de sus concejales estén acusados (curiosamente el mismo número de acusados que hay en el Caso Noos). Hay, en su caso, una investigación en curso por un asunto de blanqueo de capitales en el grupo municipal del PP en la campaña de las últimas elecciones municipales en las que Barberá fue cabeza de lista, además está imputada por cargar gastos de viajes (se encontraron 466 facturas de hoteles), compra en mantequerías y de naranjas para enviar a la sede del partido en la calle Génova de Madrid.
La segunda es tan perversa, arrogante, cínica, malvada, tergiversadora como buena esquivadora de escándalos. Se da de baja del partido, haciendo quedar mal a su jefe y dejándole en entredicho, desnudo y con el braguero al aire, antes de que los medios empiecen a señalar a posibles culpables. Se apea y pone cara de quien no ha roto nunca un plato. No, a ella no le pilla un terremoto dentro de una oficina o edificio. No tendrá que desalojar ni que correr.
Por otro lado, han tenido que sonar las ondas gravitacionales para que se encuentren Francisco, el Papa de Roma, y Kiril, el Patriarca Ortodoxo de Moscú. Novecientos sesenta y dos años exactamente han separado a los cristianos del mundo, que han necesitado dos años de negociaciones y conversaciones para fijar una pequeña reunión de sus máximos responsables. La cita fue bajo los ojos vigilantes de un ateo, Raúl Castro, en el aeropuerto de otro ateo y revolucionario, Aeropuerto Internacional José Martí, en una ciudad atea, La Habana y en un país ateo, Cuba.
Francisco y Kiril se han visto y hasta han firmado un acuerdo de concordia para acabar con el cisma entre las dos iglesias producido en el año 1054. Los motivos no eran otros que el poder. El poder disfrazado de conflicto lingüístico (en Occidente se hablaba latín, mientras que en Oriente prevalecía el griego) y esencialmente divergencias en las cuestiones teológicas, como por ejemplo en lo referente al purgatorio (estado de quienes habiendo muerto en gracia de Dios, necesitan aún purificarse para alcanzar la gloria, según el Diccionario de la RAE). O sea que por la purificación, limpieza, depuración y, en definitiva, por una rehabilitación, se pasan los cristianos 962 años sin hablarse después de que el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla se excomulgasen mutuamente, dejando a 1200 millones de católicos y a 200 millones de ortodoxos sin cambiarse el saludo ni la información del tiempo. Cordura señores. Cordura y reconciliación.
Esto es lo que hay, pero no se olviden de Gaza, Siria y su población, ni tampoco de Irak ni de Egipto.