Libertad condicionada
Por fin se ha acabado el sufrimiento y los pájaros han vuelto a anidar a su espacio habitual. Pero veo que a algunos todavía les dura la alegría y no dejan aún de revolotear. Bueno, tienen dos años para celebrarlo y en el 2023 nos veremos otra vez las caras. Sí, dicen que estas elecciones se consideran el inicio de no sé qué nueva configuración estelar dentro de la política española. Para mí no ha cambiado nada y todo va ahora sobre ruedas, después de la macabra tormenta sufrida ahora viene la calma.
Todo ha vuelto a su cauce y me huelo que han quedado algunas cosas al descubierto:
Ayuso se impuso como rival al presidente del Gobierno en vez de medir sus fuerzas con sus oponentes de las formaciones políticas rivales, que también eran candidatos a la presidencia de la autonomía de Madrid; ella miraba y tiraba muy alto; y los suyos se lo han permitido, haya ellos.
Los madrileños han demostrado que no votan con la cabeza ni con el corazón, sino con un instinto que les cambia el sentido de las cosas y les ves que acuden casi todos a las urnas (el 76 % del electorado), antes de elegir la papeleta equivocada. Me asombro cómo algunos barrio de la capital y muchos pueblos del norte, del sur, del este y del oeste considerados todos obreros y por ende de izquierdas, se han dejado vencer por el PP después de estar gobernados por el PSOE. Todo muy extraño, muy raro.
Lo verdaderamente raro es que gane Ayuso, rozando la mayoría absoluta, después de enterrar a todo un partido y después de que el PSOE sufriera un descalabro histórico. El presidente Sánchez señala a los más ancianos del partido como responsables de bajar de 37 escaños de las elecciones de 2019 a tan solo 24 en las presentes; ellos que ni pinchaban ni cortaban en una campaña que dicen se gestó desde La Moncloa. A donde hay que mirar y ¿de quién es la culpa?
El valiente Iglesias se raja y se pira, después de una maniobra que, personalmente, considero inexplicable, y sin contar nada de sus planes a sus socios del PCE. Menudo estratega y vaya colega.
Pobre Arrimadas, se va a quedar sola. Su partido se fundó con la gente de derechas que dejaban al PP porque no querían tener nada que ver con la corrupción y aquí los ves, cómo vuelven a su redil, añorando la corrupción.
Los de Vox estaban muy animados esperando arrasar. Con tan solo un escaño más que en 2019, esperaban “el comienzo de un cambio de rumbo para toda España” y piensan que “han cumplido con lo que dijeron de parar a la izquierda”.
Más Madrid, con una candidata con los pies en el suelo, pisando fuerte y con el apoyo de los suyos, ha logrado aventajar al PSOE en votantes y en dieciocho de los veintiún distritos de la capital. A partir de ahora la izquierda en España es ya verde turquesa, el color de Mónica García.
A reseñar que estas han sido unas elecciones muy duras, nada pacíficas porque ha imperado el insulto, la mala cara, la provocación, la injuria y hasta las miradas humillantes, todo nada demócrata ni civilizado.
A la autonomía de Madrid, que no ha sido muy comedida durante esta pandemia, le esperan momentos duros y difíciles de aquí hasta el final de año. Está claro que todo no se soluciona con irse a donde uno quiera, para tomarse las cañas que le apetezcan. No basta con llenarse la boca con aquello de que soy libre y hago lo que quiero, porque la libertad de uno termina donde empieza la de los demás y los demás son muchas personas. Por ello nuestra libertad estará siempre condicionada. Espero equivocarme, pero un poco de mesura sí que nos hace falta.
Bueno, pero no se olviden de Gaza, Siria, Egipto, Yemen y de todos los refugiados de este planeta. Ellos también sufren con la pandemia además de tener cien problemas más.